En la que podréis leer que, a pesar de las grandes dificultades, se puede...
Se puede establecer una feliz lactancia y disfrutar muchísimo de ella.
Y se puede también, gracias a la dura experiencia, poder ayudar a otros papás en circunstancias similares.
Laura, la mamá de la pequeña Valeria, pudo comprobarlo, aprender y ver cómo se volcaron contándole su camino.
Hoy lo compartimos en el blog y agradecemos enormemente su testimonio.
LA MAMÁ DE GONZALO
Nada sucedió como yo esperaba.
Desde que vi las dos rayas en el test de embarazo tuve mucho tiempo para imaginarme cómo sería mi parto: llegaría al hospital con contracciones, varios centímetros de dilatación, intentaría y conseguiría dar a luz sin necesidad de epidural y tras un parto vaginal "como Dios manda", daría la bienvenida a mi bebé poniéndolo en mi pecho y disfrutando mientras él se agarraba al pezón sin ningún problema, siendo éste el principio de una feliz lactancia.
Por desgracia, pronto descubriría que hay cosas que duelen más que una contracción. Cosas como "tenemos que inducir el parto porque no tiene sentido seguir esperando", o haber dilatado sólo un centímetro y medio después de seis horas de contracciones, o escuchar "Ana, la inducción del parto ha fallado y tenemos que hacerte una cesárea". Tal vez lo más doloroso fue ver, tras la operación, cómo se llevaban a mi bebé, el cual me habían permitido ver solo unos segundos y, sí, digo bien al decir "ver", porque lo primero que me dijeron es que me lo enseñarían para que lo viera pero que no podía tocarlo. Recuerdo que estaba envuelto, según mi marido enrollado como un kebab. Después se lo llevaron y tras tres interminables horas en reanimación me llevaron a mi habitación, donde estaban todos mis familiares. Ellos ya habían conocido a mi hijo más tiempo de lo que lo había hecho yo.
No voy a negar que sentí una gran frustración. No era así como yo quería ser madre. No era así la bienvenida que yo soñaba para mi bebé. Tampoco voy a negar que lloré y que me sentí superada por un montón de sentimientos y emociones, a veces contradictorios entre sí.
Tras el recibimiento al llegar a mi habitación comprendí que la montaña rusa de los sentimientos no había hecho más que empezar: mi hijo no se agarraba al pecho. Y la cosa empeoraba con grietas y sangrado y "ya te dije que te echaras crema antes de dar el pecho para que no te salieran grietas", o "ufff.... pezón plano" y otros muchos comentarios que bajarían la autoestima de cualquiera. Las horas pasaban, los días pasaban y mi hijo no hacía más que llorar. En una semana había perdido más de un veinte por ciento de su peso inicial, cada vez estaba más amarillento y creo que, el pobre se dormía de puro cansancio intentando sacar una leche que no había. ¿Que si me sentí una mala madre? Por supuesto. Me sentía sola, incapaz de alimentar a mi hijo, sin saber qué hacer y viendo en la mirada de los demás las palabras que intentaban callar.
Por suerte cuento con el apoyo incondicional de la persona más maravillosa del mundo. El destino quiso que un moreno de dos metros se cruzase por mi camino y, desde entonces, no me imagino compartir mi vida con otro que no sea él. Nos apoyamos uno en el otro y decidimos que lucharíamos por nuestra lactancia independientemente de los comentarios, de los consejos...de las opiniones.
En cuestión de dos días tuvimos que cambiar de actitud. Había que buscar ayuda y el niño la necesitaba ya. No podíamos esperar. Descubrimos a través de internet que hay grupos de apoyo a la lactancia en toda la Región de Murcia y médicos especializados en lactancia materna. Dimos con las personas correctas. Gracias a la doctora Rocío y al Grupo de Apoyo a la Lactancia de Cartagena adquirimos el conocimiento y la fuerza necesarias para no dejarnos vencer. Seguimos sus consejos, y tras emplear el método dedo-jeringa, tomar la bendita domperidona, usar pezoneras, relactador y el sacaleches incluso a horas intempestivas de la noche conseguimos, tras cuatro semanas, instaurar la lactancia materna exclusiva.
¿Qué si me siento orgullosa? Reconozco que no quepo de gozo en mi. Ser madre es maravilloso, es la mejor experiencia del mundo y conseguir establecer esa mágica conexión a través de la lactancia es de lo más gratificante. Ver cómo mi bebé me mira fijamente y coge mi pulgar con sus deditos, o ver su sonrisa mientras una gotita de leche se le derrama por la comisura de la boca hace que olvide las noches interminables de teta-relactador-sacaleches-teta, hace que olvide los malos momentos, los momentos en que sentí que no sería capaz.
Si eres "una mamá en apuros" siento decirte que a veces las cosas no salen como esperas, que a veces es mejor esperar a que llegue el momento sin crearse expectativas. Lo que sí puedo decirte es que descubrirás que se puede estar enamorada a la vez de más de una persona, que podrás darle la bienvenida a tu hijo cada mañana al despertar, que podrás darle lo mejor que tienes para él y que, si no pudieras, deberás luchar -y buscar ayuda- si deseas conseguirlo. Lo que sí puedo decirte es que ahora ya no importa mi nombre, de donde soy o a qué me dedico. Ahora soy la madre de alguien, la mamá de Gonzalo.
Sinceramente espero haberte ayudado, espero que en alguna palabra perdida de algún renglón mal escrito hayas encontrado el valor y la fuerza para perseguir aquello que deseas. Espero que en algún momento de estos últimos minutos te hayas dado cuenta que puedes conseguirlo a pesar de los comentarios, que no debes rendirte ni tener miedo y que, aunque no te conozco, cuentas con mi apoyo y con el de muchísimas madres que como yo han tenido que luchar por su lactancia. Si es así, si te he ayudado, entonces habrán merecido la pena todas y cada una de las palabras que he escrito hasta este punto final.